Llueve. Hace tres días que llueve. Ahora, la luz se ha vuelto triste, con un filtro azulado, luego pardo, luego gris, luego nada, realzando el verde, desnudando al tiempo de sus referencias. Ahora es cualquier ahora de cualquier día de cualquier año. Es luz de memorias infantiles, el poema de Machado que leí en el colegio, ¡hace tanto!, en un día similar (Borges diría que es el mismo día, un día que es todos los días, un día que prefigura la eternidad) y que tal vez fue el primero que me trascendió las palabras para atraparme en un sentimiento compartido, este poder extraño que posee el arte de ligar momentáneamente dos personas alejadas en el tiempo y el espacio y a la vez con todas aquellas que lo han estado o lo estarán en el futuro a través del mismo camino. Ya entonces, un día como el de hoy, su lectura me llevó a otro día similar en el colegio de las monjas, cuando hacía párvulos y me enseñaban a hacer palotes; la Hermana Julia, qué habrá sido de ella, cuándo habrá muerto. Y ya entonces, leyendo, tuve ese sentimiento de nostalgia, del tiempo que pasa, inexorable. Cuando se es niño las proporciones son diferentes, el tiempo es dilatado y las distancias enormes. Leyendo entonces, sentía la misma lejanía de mi primera infancia como siento ahora esa primera lectura del poema, esa “primera vez” de la literatura; también, entonces, del arte.
Hélo aquí
Recuerdo infantil
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
"mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón ".
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
va cantando la lección:
"mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón ".
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales